Kirol, Lluwen y Sanar se detuvieron en seco cuando el campo de batalla quedó congelado por un solo sonido: un canto de amanecer comprimido en una nota perfecta, tan dulce como ineludible. La sombra inmensa de Isilu, elemental de la noche, seguía tendida entre ellos y el resto de aliados, separando a kithkin y elfos en una tregua de puro instinto mientras todos alzaban la vista hacia la luz que se levantaba en el horizonte. Sobre el mar de armas caídas, Oko descendió del cielo mudando de forma en pleno descenso, de diminuto fae a figura alta y desnuda de pecho, como si el caos nunca le hubiera rozado.
La respuesta a aquel llamado llegó envuelta en oro. Eirdu, elemental del día, emergió con paso tranquilo, seis patas hundiéndose en la noche como si fuera agua, arrastrando consigo un sol nuevo que desgarraba las sombras de Isilu allí donde sus rayos caían. A su alrededor volaba una silueta pequeña de alas pardas: Abigale, la owlin crepuscular que Kirol creía perdida en el río. Por un instante, la alegría de verla viva se enfrentó al peso del frasquito de dawnglow que Kirol sostenía; Sanar, con una sola mirada, le recordó que no había tiempo para celebraciones. “Tenemos que irnos”, dijo. “A salvar a la reina”.
Oko les arrebató el vial con la rapidez de un secreto mal guardado. Un batir de alas después, ya estaba frente a Ajani y Rhys, imponiendo con la voz lo que su apariencia cambiante nunca terminaba de fijar. Maralen de la Mornsong agonizaba, herida por una flecha que la magia de sanación del leonin parecía incapaz de deshacer. Oko, terco y desesperado, habló de historias y de cómo la magia de Lorwyn–Shadowmoor se alimenta de ellas: en un relato de sacrificio y muerte, la curación necesita que la propia narrativa cambie. Si querían que su “hermana” viviera, primero debían salvar a la reina.

Con una mezcla de arrogancia y vulnerabilidad que sólo él podía sostener, Oko sostuvo la cabeza de Maralen y dejó caer, gota a gota, la esencia del amanecer en sus labios. La respuesta fue primero un hilo de tos, luego el brillo ávido del oro encendiéndose en sus ojos. Las flores que brotaban de su herida se marchitaron para dar paso a savia dorada y sangre, y la reina fae despertó siendo totalmente ella misma: no Oona renacida, no eco de nadie, sino Maralen de la Mornsong, entretejiendo en sus venas noche, crepúsculo y amanecer. Oko, que tanto teme la palabra “responsabilidad”, se encontró de pronto siendo el héroe de una historia que no había querido protagonizar.
Mientras el dawnglow remendaba destinos, los elementales del día y la noche iniciaban su propio diálogo. Isilu se alzó, Eirdu inclinó la cabeza, y lo que pudo ser un choque devastador se convirtió en un juego cuidadoso, un combate fingido que se retiraba lejos de los pequeños seres que los observaban. Sus rugidos se cruzaron en una armonía temblorosa, y allí donde avanzaban, las sombras se desenrollaban en cintas que devolvían a los kithkin y elfos su forma de Lorwyn. Los caídos seguían muertos, pero ya podían ser llorados por rostros familiares, no por máscaras de espinas. Maralen, sostenida por el brazo de Oko, lo vio claro: “El equilibrio está aquí”, susurró. “Siempre estuvo”, respondió él. “Sólo que algunos somos demasiado pequeños para verlo”.
La restauración, sin embargo, pedía un precio. La magia de Maralen, que había anclado a Rhys más allá de su tiempo natural, lo soltó al fin. El cazador, consciente de que sin ese vínculo estaba condenado, abrazó a la reina y le dio las gracias por la vida prestada. Ante los ojos de todos, Eirdu inclinó su frente hacia él, y el elfo se deshizo en pétalos de dawnglove, moonglove y flor de manzano, esparciéndose como una última primavera. Maralen, rota por la pérdida, se aferró a Oko, que por una vez no esquivó el contacto, y le ofreció un refugio en Glen Elendra… refugio que él, fiel a sí mismo, rechazó sin dejar de entrelazar sus dedos con los de ella. La libertad sigue siendo la única corona que Oko admite.
Lejos de ese círculo de despedidas y promesas, Ajani condujo a Tam, Sanar, Kirol y Abigale hacia un Omenpath que brillaba como una cicatriz geométrica entre los árboles. Lluwen, el elfo que había traicionado a su alto perfecto por ayudar, los siguió a distancia, demasiado manchado de culpa para volver, demasiado vivo para quedarse. Un par de palabras oportunas de Tam y Kirol bastaron para que Ajani aceptara llevarlo a Arcavios: si la rectora Liliana Vess quería un informe completo sobre Lorwyn, bien podía pagar el precio en forma de una beca para un nuevo estudiante problemático.
El paso por la senda entre planos fue un túnel de luz iridiscente que desembocó en una costa de Shandalar, mar y cielo confundidos en azules imposibles. Tam, encogida bajo el peso de lo vivido, apenas murmuró que era bueno estar en casa; Kirol, en cambio, anunció a Lluwen que estaba entrando en “todo un nuevo mundo”. De vuelta en Strixhaven, la realidad cayó como una puerta de piedra. Liliana les regaló a todos una reprimenda memorable, pero reservó la más demoledora para Tam, más aterrada por defraudar a su profesora que por haber estado a punto de morir en otro plano. Cuando la oficina por fin se vació, un último visitante llamó a la puerta: una mujer alta, impecablemente vestida de blanco, con el mismo rostro y la misma sonrisa que Liliana… y con demasiadas respuestas en la punta de la lengua. “Cierra la puerta, querida”, dijo. “Tenemos que hablar”. El eco del portazo sonó, en el silencio del despacho, exactamente igual que un sello eterno.
Lorwyn Eclipsed, Episodio 3: Goldmeadow Cae En La Sombra Y Kirol Desaparece.
Lorwyn Eclipsed, Episodio 4: Morcant Sueña Con Matar A La Noche Y Maralen Huye De Su Propio Destino.
Lorwyn Eclipsed, Episodio 5: Maralen, Kirol Y Ajani Avanzan Hacia La Sombra De Isilu.

